Hoy es un día bellísimo.
El fútbol vencerá.
El fútbol vencerá.
Hasta aquellos que nunca encienden la televisión, excepto en caso de emergencia, estarán esta noche frente al televisor. Ahora está en nuestras manos completar el sueño, hacerlo nuestro, real y verdadero. Con nuestras familias, con nuestros amigos: argumentos seductores.
En las calles, en las oficinas, en los mercados, en los colegios, en las empresas, en los bares, nadie ha hablado de otra cosa, durante esta semana.
La gran cita.
Esta noche, la gran final de la Champions 2014, en Lisboa, ciudad hermana.
Dos equipos con el mismo nombre de ciudad, dos escudos, dos camisetas, dos colores, dos aficiones, dos maneras de entender la vida y el fútbol, y un solo partido, y una sola copa.
¿Jugará Diego Costa, tras su cura con placenta de yegua? ¿Afrontará con garantias Cristiano Ronaldo la posibilidad de jugar? Todo está entre signos de interrogación. Salvo una cosa. Ambos equipos han hecho, ya, independientemente de lo que suceda esta noche, felices a sus aficiones, a muchos miles y miles de personas: por su esfuerzo y por su compromiso. Los dos equipos mirarán al cielo lisboeta, cuando suene el himno de la Champions, con la hermosa sensación del trabajo bien hecho. El primer gol ya ha subido al marcador de nuestros corazones.